domingo, 19 de junio de 2016

El consumo de televisión por parte de los niños y
 jóvenes

a) Cuándo y cuánto. Fijémonos en el caso de la televisión. En el consumo de 
MCM por los niños, la  televisión  ocupa el papel estrella.  “Un niño español está  de 
media más horas delante del televisor que en la escuela. Los menores entre 4 y 12 años
dedican 990 horas anuales a ver televisión, frente a las 960 que se destinan al colegio y 
los estudios, y en una franja horaria (entre las 21 a las 24 horas) en la que brillan por su 
ausencia los programas infantiles. Según datos de  GECA,
 entre  los diez programas favoritos de  los niños, siete 
empiezan más tarde  de  las 21.30  horas. La  consecuencia  es que, a  falta  de  otros
contenidos, los niños están abocados a consumir los mismos productos que los adultos. En esas circunstancias no resultan extrañas las opiniones que afirman que “lo que hace 
la  escuela  durante  el día  lo deshace la  televisión  durante  la  noche”

b) Cómo. Un estudio sobre  los comportamientos de  los niños de  Educación 
Primaria  en  el consumo de  la  televisión  realizado en el seno de  mi grupo de 
investigación, sobre  una muestra  de  350  alumnos de  6  centros escolares de  contextos
socioculturales diversos, nos revelan que  algo más del 55% de  los niños ven la 
televisión solos, y el resto acompañados de su familia.
Estas circunstancias de  uso en solitario de  la televisión  por parte  de  los niños
favorecen un  consumo poco satisfactorio  de  este medio, ya que  no se hace  de forma 
controlada y asesorada por los padres. Incluso cuando la  televisión la ven los niños
acompañados en familia,  eso no significa  una adecuación de  la  elección de  los
programas a los intereses educativos de los más jóvenes del hogar.

c) ¿Qué programas, qué contenidos?.En los MCM sus usuarios pueden aprender 
cosas de diferentes ámbitos de la vida social y cultural, ampliando las posibilidades de 
su experiencia inmediata: obtienen informaciones, aprenden comportamientos, valores, maneras de  entender  la realidad  y  las prácticas sociales, y  a  partir de  ahí a  veces se 
proyectan esos esquemas a situaciones cotidianas de su propia vida real. Pero con más
frecuencia  de  lo deseable  los aprendizajes derivados del consumo de  los MCM no 
resultan recomendables. Los efectos educativos deformadores que propalan los MCM se 
pueden producir en todos los ámbitos del conocimiento, pero si consideramos que los
referentes sociales son los que más fácilmente procesan y más temprano desarrollan los
niños, queda clara la trascendencia de esa influencia de los MCM en los aprendizajes
sociales de los jóvenes aprendices. Dado que no hay suficientes programas infantiles y los que hay los transmiten a 
horas en las que la mayoría de estos usuarios están en el colegio, en la televisión que 
ven los niños y jóvenes triunfan series de todo tipo y en las que sucede de todo: domina 
la paradoja y la ambigüedad; lo normal no tiene cabida porque no es “noticia”, no tiene
“morbo”, no consigue audiencia, de manera que la exhibición de lo excepcional se hace 
aceptar como “normal”, mientras que lo “normal”, lo que comúnmente vive la inmensa 
mayoría  de  las personas y familias, se  vuelve  excepcional porque  no se refleja  en la 
televisión. Moraleja: lo que no aparece en televisión no existe, y lo que aparece cobra 
valor de realidad precisamente porque sale en televisión. Muchas telenovelas y teleseries, reality shows, talk shows, programas de debate,
tertulias, series de dibujos animados, etc. propalan la mala educación, la frivolidad, el 
egoísmo, hedonismo, consumismo, falsos conceptos sentimentales y  sexuales, la 
rebeldía, el culto a  la  popularidad  a  la  presencia  física, el consumismo, el  amor al 
dinero, la  poca objetividad  de  la  información, la  insensibilidad  ante la  violencia, etc.,
como realidades “normales” de la modernidad y no como falsos valores. Un vértigo de 
veleidades que  actúa como disolvente de cualquier trascendencia  y que convierte a la 
persona  consumidora  de  tales productos televisivos en un ser  manipulado y 
desmantelado de cultura. Pocos padres querrían que sus hijos se parecieran a muchos
personajes de  las teleseries, pero estos programas cuentan con la  audiencia  juvenil y 
persiguen su “enganche”. César Coca  en un documentado artículo 
sobre  las estrategias de  los programas para  captar al público joven, sostiene  que  los
guionistas de las series de éxito introducen las tramas más infantiles en el primer tercio 
de cada episodio. También lo saben los anunciantes, y el primer corte publicitario de las
series que triunfan en las cadenas suele estar repleto de mensajes que van dirigidos a 
niños y adolescentes. Carme  Chacón  nos recuerda  que  un  niño 
consume  unas 1.400  horas de televisión al año, frente  a las 800  horas lectivas de  un 
curso escolar, y  señala  que  “ese  curso lectivo de  1400  horas”  está  compuesto de 
materias como la deseducación sexual o el machismo y la homofobia. 
Gustavo Bueno , a propósito de los contenidos televisivos, ha teorizado en 
tono provocador discriminando entre “telebasura fabricada” (aquella que tiene su origen 
en el mismo proceso de  producción  de  los contenidos televisivos) y “telebasura 
desvelada” (la que no está fabricada por la televisión, sino que ésta se limita reflejarla, a 
“ponerla en escena”). La basura muchas veces está en el que ve la televisión y no en el 
propio medio, viene a defender este autor. Parece una sentencia bíblica, pero, en última 
instancia, lo que se ofrece es basura. Lo cierto es que  el consumo de televisión en la 
actualidad se ve asociado a basura, manipulación y ausencia de valores formativos ética 
y socialmente  convenientes. Desde  la  televisión  tal cuestión se  justifica­disculpa  y 
simplifica cuando se dice que la audiencia es la que manda y la televisión basura tiene
que obedecer a esta demanda por razones de simple supervivencia. La televisión tiene 
que  ajustarse  a  lo que  le pide  la  audiencia,  y así el fenómeno se retroalimenta. Para 
nuestro análisis lo enfatizable  es el hecho  de  que  la  bazofia  está  ahí, en muchos
programas de televisión, y que los teleespectadores infantiles y juveniles la consumen y 
la absorben.
“Es cierto que la televisión ha democratizado considerablemente la divulgación 
del  saber, pero  también  ha contribuido  a trivializar muchos debates creando 
estereotipos, estimulando  la afición  a determinados temas y cultivando  una cierta
sensibilidad  que,  a menudo,  raya con  lo  morboso, cayendo  en  la demagogia de  la
audiencia, esa tendencia consiste  en darle al  público  lo  que, supuestamente,  este 
demanda” . Los potenciales efectos negativos se derivan de las verdades a medias (mentiras
al fin y al cabo), noticias filtradas, fabulaciones o “globos sonda”, falsedades declaradas
pero bien dichas, opiniones sin contrastar (ahora todo el mundo opina de todo), palabras
que se dicen por decir (hay que llenar el tiempo de radio y televisión) y  “personajes” 
que pasan a ser modelo para muchos.
“Los periodistas mentimos: como todo el mundo. Primero, porque la verdad es
inasible, y los dogmas se saben falsos; segundo,  porque nos dan las mentiras
hechas, nos las infiltran, machacan y tenemos poca defensa. La información ya
no es nuestra” . Con tal y tanta información, tan continua  y tan cambiante, nos quedamos sin saber lo que pasa, la verdad se oculta y triunfa la apariencia. Tenemos más información pero no 
más comunicación, y, además, la que tenemos no es fiable .

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