El consumo de televisión por parte de los niños y
jóvenes
jóvenes
a) Cuándo y cuánto. Fijémonos en el caso de la televisión. En el consumo de
MCM por los niños, la televisión ocupa el papel estrella. “Un niño español está de
media más horas delante del televisor que en la escuela. Los menores entre 4 y 12 años
dedican 990 horas anuales a ver televisión, frente a las 960 que se destinan al colegio y
los estudios, y en una franja horaria (entre las 21 a las 24 horas) en la que brillan por su
ausencia los programas infantiles. Según datos de GECA,
entre los diez programas favoritos de los niños, siete
empiezan más tarde de las 21.30 horas. La consecuencia es que, a falta de otros
contenidos, los niños están abocados a consumir los mismos productos que los adultos. En esas circunstancias no resultan extrañas las opiniones que afirman que “lo que hace
la escuela durante el día lo deshace la televisión durante la noche”
b) Cómo. Un estudio sobre los comportamientos de los niños de Educación
Primaria en el consumo de la televisión realizado en el seno de mi grupo de
investigación, sobre una muestra de 350 alumnos de 6 centros escolares de contextos
socioculturales diversos, nos revelan que algo más del 55% de los niños ven la
televisión solos, y el resto acompañados de su familia.
Estas circunstancias de uso en solitario de la televisión por parte de los niños
favorecen un consumo poco satisfactorio de este medio, ya que no se hace de forma
controlada y asesorada por los padres. Incluso cuando la televisión la ven los niños
acompañados en familia, eso no significa una adecuación de la elección de los
programas a los intereses educativos de los más jóvenes del hogar.
c) ¿Qué programas, qué contenidos?.En los MCM sus usuarios pueden aprender
cosas de diferentes ámbitos de la vida social y cultural, ampliando las posibilidades de
su experiencia inmediata: obtienen informaciones, aprenden comportamientos, valores, maneras de entender la realidad y las prácticas sociales, y a partir de ahí a veces se
proyectan esos esquemas a situaciones cotidianas de su propia vida real. Pero con más
frecuencia de lo deseable los aprendizajes derivados del consumo de los MCM no
resultan recomendables. Los efectos educativos deformadores que propalan los MCM se
pueden producir en todos los ámbitos del conocimiento, pero si consideramos que los
referentes sociales son los que más fácilmente procesan y más temprano desarrollan los
niños, queda clara la trascendencia de esa influencia de los MCM en los aprendizajes
sociales de los jóvenes aprendices. Dado que no hay suficientes programas infantiles y los que hay los transmiten a
horas en las que la mayoría de estos usuarios están en el colegio, en la televisión que
ven los niños y jóvenes triunfan series de todo tipo y en las que sucede de todo: domina
la paradoja y la ambigüedad; lo normal no tiene cabida porque no es “noticia”, no tiene
“morbo”, no consigue audiencia, de manera que la exhibición de lo excepcional se hace
aceptar como “normal”, mientras que lo “normal”, lo que comúnmente vive la inmensa
mayoría de las personas y familias, se vuelve excepcional porque no se refleja en la
televisión. Moraleja: lo que no aparece en televisión no existe, y lo que aparece cobra
valor de realidad precisamente porque sale en televisión. Muchas telenovelas y teleseries, reality shows, talk shows, programas de debate,
tertulias, series de dibujos animados, etc. propalan la mala educación, la frivolidad, el
egoísmo, hedonismo, consumismo, falsos conceptos sentimentales y sexuales, la
rebeldía, el culto a la popularidad a la presencia física, el consumismo, el amor al
dinero, la poca objetividad de la información, la insensibilidad ante la violencia, etc.,
como realidades “normales” de la modernidad y no como falsos valores. Un vértigo de
veleidades que actúa como disolvente de cualquier trascendencia y que convierte a la
persona consumidora de tales productos televisivos en un ser manipulado y
desmantelado de cultura. Pocos padres querrían que sus hijos se parecieran a muchos
personajes de las teleseries, pero estos programas cuentan con la audiencia juvenil y
persiguen su “enganche”. César Coca en un documentado artículo
sobre las estrategias de los programas para captar al público joven, sostiene que los
guionistas de las series de éxito introducen las tramas más infantiles en el primer tercio
de cada episodio. También lo saben los anunciantes, y el primer corte publicitario de las
series que triunfan en las cadenas suele estar repleto de mensajes que van dirigidos a
niños y adolescentes. Carme Chacón nos recuerda que un niño
consume unas 1.400 horas de televisión al año, frente a las 800 horas lectivas de un
curso escolar, y señala que “ese curso lectivo de 1400 horas” está compuesto de
materias como la deseducación sexual o el machismo y la homofobia.
Gustavo Bueno , a propósito de los contenidos televisivos, ha teorizado en
tono provocador discriminando entre “telebasura fabricada” (aquella que tiene su origen
en el mismo proceso de producción de los contenidos televisivos) y “telebasura
desvelada” (la que no está fabricada por la televisión, sino que ésta se limita reflejarla, a
“ponerla en escena”). La basura muchas veces está en el que ve la televisión y no en el
propio medio, viene a defender este autor. Parece una sentencia bíblica, pero, en última
instancia, lo que se ofrece es basura. Lo cierto es que el consumo de televisión en la
actualidad se ve asociado a basura, manipulación y ausencia de valores formativos ética
y socialmente convenientes. Desde la televisión tal cuestión se justificadisculpa y
simplifica cuando se dice que la audiencia es la que manda y la televisión basura tiene
que obedecer a esta demanda por razones de simple supervivencia. La televisión tiene
que ajustarse a lo que le pide la audiencia, y así el fenómeno se retroalimenta. Para
nuestro análisis lo enfatizable es el hecho de que la bazofia está ahí, en muchos
programas de televisión, y que los teleespectadores infantiles y juveniles la consumen y
la absorben.
“Es cierto que la televisión ha democratizado considerablemente la divulgación
del saber, pero también ha contribuido a trivializar muchos debates creando
estereotipos, estimulando la afición a determinados temas y cultivando una cierta
sensibilidad que, a menudo, raya con lo morboso, cayendo en la demagogia de la
audiencia, esa tendencia consiste en darle al público lo que, supuestamente, este
demanda” . Los potenciales efectos negativos se derivan de las verdades a medias (mentiras
al fin y al cabo), noticias filtradas, fabulaciones o “globos sonda”, falsedades declaradas
pero bien dichas, opiniones sin contrastar (ahora todo el mundo opina de todo), palabras
que se dicen por decir (hay que llenar el tiempo de radio y televisión) y “personajes”
que pasan a ser modelo para muchos.
“Los periodistas mentimos: como todo el mundo. Primero, porque la verdad es
inasible, y los dogmas se saben falsos; segundo, porque nos dan las mentiras
hechas, nos las infiltran, machacan y tenemos poca defensa. La información ya
no es nuestra” . Con tal y tanta información, tan continua y tan cambiante, nos quedamos sin saber lo que pasa, la verdad se oculta y triunfa la apariencia. Tenemos más información pero no
más comunicación, y, además, la que tenemos no es fiable .
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